sábado, 5 de julio de 2014

Música comestible

Benvolgudes i benvolguts:

Comsumatum est! Y nunca mejor dicho, pues ayer fuimos a consumir vuestro regalo al restaurante Roca Moo. ¿Qué os podemos decir? Una absoluta delicia, tanto la comida como el maridaje de vinos: ¡siete platos y siete vinos! Y sin problemas gástricos posteriores: cuando existe calidad y mesura no hay efectos colaterales. ¿Me permitiréis que os cuente el menú con algunas glosas musicales?. 

Ya sé que resultará bastante pedante, pero quizás podríais perdonárselo al “abuelito” Cebolleta y cuentabatallas.

·         Empezamos con cuatro o cinco aperitivos a cual más imaginativo; venimos observando últimamente (al ritmo de los regalos del aniversario de bodas y del cumpleaños) que en este tipo de restaurantes, la creatividad y el ingenio se expresan sobre todos en estos entremeses
·         Huevo de oro (acompañado de un Pinot gris de Alsacia): la brillantez dorada del huevo y el estallido de la yema al romperlo recordaban, por ejemplo, el principio igualmente brillante de la Música para los reales fuegos artificiales de Händel
·         Carpaccio de pichón ahumado con helado de enebro (y un vino – volcánico – de la isla del Hierro). El maridaje del pichón ahumado  con el sabor, también un poco ahumado, del vino era perfecto. Podía ser comparable a cualquiera de las últimas sinfonías de Mozart, donde lo punzante de algunos temas queda matizado por la serenidad de otros, como lo punzante del pichón es contrarrestado por el helado de enebro
·         Arroz de pollo de payés con espardeñas (acompañado de un vino del Bierzo). Sinceramente, y ya sé que es una herejía, a mí  el arroz  (con su sofrito) casi siempre me sabe a lo mismo, salvo por la presencia puntual de algún ingrediente que le da originalidad, en este caso, las espardeñas. El paralelismo musical aquí es claro: Vivaldi. Como decía con mucha mala leche Stravisnky, Vivaldi escribió el mismo concierto cien veces, con el ingrediente del instrumento solista que le daba su gracia: la mandolina, la flauta, el violín , el óboe…
·         Salmonetes con suquet y ñoquis de naranja, azafrán e hinojo (acompañado de un Chardonnay de Borgoña). Tampoco es difícil la glosa musical: el Triple concierto para violín, piano y violoncelo de Beethoven: el grueso salmonete y el contundente suquet eran la orquesta, la naranja el piano, el azafrán el violín y el hinojo el violoncelo
·         Espalda de cordero con puré de ajos negros y manchego (con una garnacha del Campo de Borja). Plato suculento, donde el sabor a cordero (y no a otra cosa) iba cambiando según lo pasases por las pequeñas burbujas del ajo, del queso, de la escalibada y de algún que otro ingrediente que no recuerdo. No otra cosa hizo Bach en sus Variaciones Goldberg…
·         Vertical de tres quesos (acompañados por un delicioso Riesling de Alsacia). Por lo chispeante del asunto y por lo francés de los quesos y el vino podíamos pensar en algunos fragmentos de las operetas de Offenbach
·         Fresas con nata (con una garnacha dulce de Banyuls). La cosa era más compleja, pues cada fresa iba rellena de helado o de otras delicias. Pongámosle una acaramelada melodía de Tchaikovsky o de Rachmaninoff

                … Y café. De nuevo, muchísimas gracias. Y que viva siempre la música y su maridaje gastronómico (o al revés). Abrazos.  

M S

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